Me la encontré en la terminal de ómnibus, o mejor dicho ella me
encontró, aunque no me buscara, pues yo esperaba cuando llegó y me saludó como
si me conociera. Arribó el colectivo y subimos. La casualidad hizo que le
hubieran vendido el asiento junto al mío, o a mí el que estaba al lado del de
ella; ¡qué caso tiene, da lo mismo! Viajaban cinco personas en un coche de
sesenta y el tipo de la ventanilla me había vendido el asiento junto al de
ella, era algo llamativo, sin duda.
—Creo que este es el mío— le dije, al acomodarme a su lado. Pelotuda
observación, dirán ustedes, aunque en mi defensa debo alegar que para ese
momento yo ya estaba bastante dado vuelta,
un poco por su belleza y mucho más porque hacía diez minutos que trataba
de ubicar a la chica en algún contexto, sin poder lograrlo.
—Así parece— respondió, con una amplia sonrisa.
Tiré un par de bromas a las que ella me siguió con absoluta prestancia
acerca de una doña que se cambió de lugar media docena de veces, hasta que
logró sentarse al lado de otra señora, consiguiendo su propósito de conversar
con alguien durante el trayecto entre ciudades.
Toda vez que pude la observé de reojo, me resultaban muy familiares: su
cara, su porte, su voz, su sonrisa, sus manos, sus piernas.
Nos despedimos con un saludo afectuoso propio de conocidos al llegar a
mi destino que no era el de ella. Juro que la conocía aunque nunca la había
visto antes.
Mientras camino hacia el trabajo acompañado de su recuerdo, me
pregunto: ¿No se me habrá escapado un personaje de alguna narración?