lunes, 3 de mayo de 2021

Cultivar el ego

Y un día cualquiera llegas a ese límite en el que no das más, ese momento en el que necesitas encarecidamente un abrazo estrujador, una caricia plena, un arrumaco sincero, o tal vez un buen sopapo que ponga en ebullición tu sangre, que te haga sentir vivo. Y arrastrando los jirones de tu piel al vaivén errático de tus pasos, resignas el poco orgullo que te queda,  y lo vas a buscar ahí donde estás convencido que es el único lugar donde puedes encontrar tal estímulo. Y no, resulta que allí donde pensabas que te recibirían con naranjas te tiran limones, o quizá ni siquiera eso, simplemente te ignoran. Y entonces, después de masticar la consecuente bronca, mezcla de impotencia y desilusión, que no te deja tragar ni un cacho de saliva sin que te duela el alma, te pones seriamente a pensar. Y llegas a una conclusión relevante, y esto es, que siempre será mejor arreglártelas solo, que sí es posible darte un fuerte abrazo que te calme, o un pellizco que te despeje la modorra, que está a tu alcance obsequiarte los más cálidos afectos o regalarte esos rejuvenecedores halagos que te hacen tanto bien. Solo hace falta que te quieras un poco más.