domingo, 5 de febrero de 2017

Autómatas incrédulos

Nos vamos secando poco a poco, agotándonos como si careciéramos o fuéramos perdiendo esa vital llama aleccionadora que debiera regarnos con emociones nuevas, con incentivos, con lozanías, con sorpresas, con caprichos, con ridiculeces, con sentires auténticos, con expresiones espontáneas. Parece ser que cada día que transcurre vivimos una realidad que lo único que hace es desenmascarar una a una todas las mentiras o desnudar las viles miserias del hipocrático mundo que hemos creado. La consecuencia de ello es que hoy ya no somos quienes fuimos ayer, y mañana no seremos ni parecidos a quienes somos ahora; y así pareciera ser que seguiremos: saltando de mentira revelada a mentira por descubrir, pasando de miseria conocida a miseria por conocer. Y por lógica no confiando en nada, y dejando que se nos vaya escurriendo lentamente de nuestras mentes la poca esencia valorable que nos resta.  Nos hemos transformado en autómatas incrédulos. Hemos dejado a un lado esa fantástica e innata capacidad de regenerar o innovar con que hemos contado desde el mismísimo comienzo y ese es un error imperdonable que pagaremos muy caro.

Intrascendencia

Un cuerpo se estremece. Un escalofrío me recorre. Un gato se pone en guardia. Un pájaro se espanta. Ahí va un alma más en búsqueda de su destino. Tan sólo esos ínfimos instantes de transformación denota el mísero Universo ante el gran viaje. Nada más.