Los tipos inquietos —tal
vez por eso lo somos— andamos por el mundo buscando nuestra horma, ese formato
de vida que se amolde a ese ideal que inconscientemente hemos construido. Lo
hacemos muchas veces sin darnos cuenta siquiera que lo buscamos. Cambiamos el
rumbo, la forma de ver las cosas, el sentido de la búsqueda, pero jamás ese
objetivo deja de ser tal. Solemos saltar el paredón de las sanas costumbres, traspasar
la frontera de las reglas morales, o romper el límite del buen tino con la finalidad
de ver qué hay al otro lado. No lo hacemos por maldad o despropósito, sino por
simple inquietud de querer saber cómo se ven las cosas desde otro ángulo: si se
siente lo mismo o se perciben sensaciones diferentes que logren hacernos
cambiar puntos de vista sobre determinadas cuestiones. Tal vez muchos de los
inquietos moriremos en el intento de encontrar ese arquetipo que nos satisfaga,
aunque al menos nos quedará ese pequeño placer de haber intentado vivir la vida
de acuerdo a lo que queríamos; y en esta época de vacíos espirituales no es
poca cosa tener siempre un propósito en mente.
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