miércoles, 25 de abril de 2018

Mitomanía

Eres la arpía en mis desencantos y Leda en mis sueños tórridos en los que no importa la manera aunque sí la finalidad de poseerte. A diario insistes en impulsarme a ser el íncubo que ansíe succionar las energías desde las profundidades de tu ser. Te hago caso pero, en ese avance dotado con la animosidad de una valquiria, suele surgir un imponente arconte con su inquebrantable propósito de encarrilar mis pasos. Como en confabulación contigo y tu juego, logra que desaparezcas cual Cleopatra, dejando estelas de tu embriagador perfume que me informan de lo bueno de la contienda que me he perdido. No importa en demasía, mi virtud es la reincidencia y mi defecto el obviado de los carriles habituales, los que transita el común de los mortales.

lunes, 23 de abril de 2018

Coincidencia

Como la distancia albergaba misterios de él, disfrazaba pasiones de ella, y dejaba sin efecto cualquier posibilidad de encuentro, la virtualidad había impuesto la desfachatez de sus reglas. Una serie de ingeniosas consignas iban y venían en el intento de darle color a la laxitud rutinaria de los días de ambos. La consigna que le había dejado él la noche anterior para ese día era que buscara, cuando viajara hacia el trabajo en el colectivo de las 6.45, al hombre que se pareciera lo más posible a la imagen que ella se había formado de él y que tratara de generar algún tipo de conversación o contacto.
Ella despertó con el pecho palpitante, y convencida de que a quién encontraría en un rato era a su interlocutor de todos los días. Se arregló como nunca, y quince minutos antes del horario ya estaba en la parada del colectivo, tal la ansiedad. Al subir tropezó un par de veces por mirar a su alrededor tratando de encontrarlo. No, no estaba. Extrañamente para esa hora había un par de lugares sin ocupar. Tomó asiento del lado del pasillo, cabizbaja, y pensando en lo idiota que había sido por creer concreta una posibilidad que era sencillamente inadmisible. Y por pensar en lo que pensaba no reparó en que el ómnibus se había detenido en otra de las tantas paradas. Levantó la vista y, a la vez que su cara dibujaba una mueca estúpida, su corazón pareció detenerse por unos segundos. Morocho, alto, camisa blanca, pantalón de vestir, elegante, impecable, tal como se lo había imaginado. Y esa mirada pícara, divertida, fija en los ojos de ella. Era él, no cabía duda. Reaccionó y se corrió hacia la ventanilla para que él se sentara a su lado. Ella lo miró embelesada sin atinar a pronunciar palabra. Él continuaba mirándola. Ella se inclinó hacia él y pegó su boca a la del hombre. Él aparentó sorprenderse aunque no tardó en responder construyendo un beso que pareció haber sido esperado por largo tiempo.
Casi no dijeron palabra en la media hora que duró el trayecto, aunque dentro de lo poco pronunciado quedaron de encontrarse a la noche.
Las horas del día nunca le fueron tan largas, aunque al fin, como todo en la vida, pasaron.
Como si tuvieran todo el tiempo del mundo caminaron por la costanera, sin apuro, disfrutando de la compañía, de la proximidad y del silencio, que ni siquiera ellos se atrevieron a romper, tal la magia.
La tenue luz de las velas y la música suave dieron los matices necesarios a una cena íntima, plagada de miradas cómplices y deseos de concreción de placeres latentes ya murmurados con anterioridad a través de la distancia. Hicieron el amor hasta altas horas de la madrugada, hasta que ella con la más auténtica de las sonrisas pintada en su rostro se durmió.
Cuando despertó, ese soleado sábado de abril, él ya no estaba. Buscó una nota con algún teléfono o dirección, o alguna pista que le indicara cómo seguiría el asunto, pero no la encontró.
Al rato, y ya saliendo un tanto del arrobamiento que le había producido la realidad de haberse encontrado con el hombre que ocupaba su pensar tras tanto mensaje intercambiado a través del puente de la virtualidad, recordó que no había mirado el chat desde el mismo jueves a la noche. Se encontró con más de una docena de reclamos por su presencia, que le preguntaban cómo le había ido con el cumplimiento de la última consigna; y con otra tanta cantidad de consultas acerca de si le había ocurrido algo que hacía un par de días que no contestaba los mensajes.
Un escalofrío corrió por su columna vertebral mientras el celular se deslizaba de sus manos y se hacía añicos contra el suelo.

jueves, 5 de abril de 2018

Confesión


Me gustan las mujeres que me rompen los esquemas, que me sacan de la linealidad, que me sorprenden con inquisiciones, que me asombran con sus curiosidades, que me impresionan con sus salidas. Me atraen las damas perceptivas que tienen la habilidad de atrapar mis pensamientos impúdicos en la mismísima puerta del horno en el que se acaban de sazonar, y los terminan por saborear conmigo.

Incitación ha lugar


¿Y qué si el verdugo, ese tirano maldito que obliga a trascender las fronteras de la oscuridad, opta por venir a buscarme en lo más profundo de la noche que se avecina?
No. De ninguna manera desestimaré, estimada señora, vuestra intención de querer disfrutar de tan gratos placeres. Proceda usted nomás a aliviar lentamente mis más oscuros deseos saciando a la vez los propios si es eso posible. Extíngalos. Haga que todos sean por un momento fantástica realidad, y que más tarde pasen a alimentar el pasado con gratísimos recuerdos que puedan ser invocados una y otra vez cuando nuestros egos soliciten ese impulso necesario para levantar el orgullo.