La
riqueza interior de cada uno de nosotros está basada casi en absoluto en lo que
imaginamos. Científicamente se sabe que los sucesos o acontecimientos que condicionan
nuestra vida para bien o para mal representan un porcentaje mínimo respecto de todo
lo que nuestra mente imagina en base a
esos hechos. Ocurre algo que nos afecta de alguna manera y automáticamente
comenzamos a hilvanar posibilidades, a elaborar teorías, a construir diversas
formas de actuación para proceder a enfrentarlo o defendernos.
Pues
ese discurrir de la mente en base a ciertos disparadores es lo que hace que la
mayoría estemos convencidos de que es posible alcanzar ideales de sentimientos,
de personas, de modos de vivir, de relaciones, y de mundos, entre muchas otras cosas,
porque estos modelos existen o están implícitos en nuestra imaginación; y ese
creer en lo que se imagina es lo que nos impulsa a seguir adelante sin pensar
en que vamos al encuentro de la utopía misma.
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