Cada uno de nosotros, en su cualidad de
ser pensante, suele temerle a algo, ya sea esto tangible o un ente abstracto. En
general nos pasa con aquello que desconocemos o no tenemos absoluta certeza
acerca de sus propósitos. A mí me ocurre que le temo al límite de lo
imaginable, o más precisamente a la carencia de ese límite, aunque como ser
humano sumido en la eterna contradicción, estimulo, alimento y potencio cada día
ese divagar. Dicen que no es malo tener una imaginación prolífica, pero cuando uno
no sabe hasta dónde puede llegar con lo que imagina entonces teme con qué
encontrarse y hasta teme toparse con los inventos, con las mutaciones, con las
metamorfosis, con las aberraciones que su propia imaginación elaboró. Y, ¿qué
pasaría si un día de estos uno de esos productos de la imaginación se hace carne
en uno mismo?
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