Serán solo unos minutos diarios en los que él esperará la señal o el
mensaje, como el apostador pobre espera ser millonario, como Penélope espera a su
amor, como el Coronel espera la prometedora carta que cambiará su destino; con
la diferencia de que en este caso el amor tal vez existe y también quizás haya
quién redactara la misiva. Una vez pasado ese tiempo sin novedades volverá, con
la cabeza gacha, transitoriamente desilusionado, apesadumbrado, a la rutina
diaria. Pero, como a los excesos uno se acostumbra rápido, a las carencias,
aunque más lento, también termina uno acomodándose. No obstante, eso nunca hará
que las ilusiones se pierdan o dejen de renovarse porque son la sal que
condimenta la vida misma. No señor. Si es introvertido masticará la bronca y la
procesión irá por dentro. Si es extrovertido maldecirá a su mala estrella o a
quién o quienes considere culpables de su situación, incluso a sí mismo si ha
determinado que le cabe culpabilidad. Pero, ocurra lo que ocurra mientras dure
la bronca, la ilusión será renovada y él esperará nuevamente esa señal o ese guiño
del destino al otro día. Y al otro… Y al otro. Porque de eso se trata el vivir
la vida, de percibir un guiño, de buscar una señal, de ver un mensaje que nos
ilusione, y prestarle atención para que nos transporte hacia lo atrayente de lo
incierto, hacia lo ilusorio, hacia tratar de encontrar lo que, muchas veces sin
querer y otras veces queriendo, buscamos.
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