Hoy es uno de esos días en que necesito estar solo aunque no quiero que
te ausentes. No tengo ganas de escucharte pero sí de sentir que estás cerca.
Ansío un abrazo tuyo y no quiero que me toques. Necesito sentir que me quieres
pues no deseo escuchar que lo murmures. Quisiera que tus labios vengan al
encuentro de los míos, solo que no voy a pedírtelo. Me sorprendes al asentir ya
que esperaba que te resistas, también lo haces al negarte pues ansiaba que me
llevaras el apunte. Te vas cuando ansío que te quedes. Ahí estás cuando deseo
que te vayas. No sé si estoy triste y tengo resabios de alegría o si estoy
alegre y tengo vestigios de tristeza. Nada parece mostrarse absoluto en mí. No
sé si todo me viene mal o nada me viene bien.
Tal vez les haya pasado a ustedes el haber tenido días así, en los que
sin una causa concreta no hay cosa que les resulte, los satisfaga o les caiga
bien. Si nos tratan bien nos preguntamos por qué lo hacen. Si nos tratan mal
tampoco lo entendemos. Si nos halagan pensamos que algún interés tras ello habrá.
Si nos critican es sin razón. Siempre dudamos de lo absoluto. Nunca creemos que
lo que hacemos es absolutamente bueno o totalmente malo. Siempre estamos
intentando encontrar el resquicio por dónde meter la duda o la sospecha. Somos
todos abogados.
Y así, podemos encontrar miles de inconsistencias o incongruencias en
nuestros actuares que dejan en evidencia que hemos sido contagiados por el
síndrome de la gata Flora.
¿Qué debemos hacer al respecto? Tal vez con solo reflexionar y pensar
con cierto grado de coherencia antes de actuar podríamos llegar a erradicar tal
enfermedad. Solo tal vez.
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