Cuánto de razón tenía
Orson Welles cuando afirmaba que “nacemos solos, vivimos solos y morimos
solos”. Habitualmente tenemos nuestras compañías, nuestros pasatiempos
compartidos, nuestros trabajos —a los que les dedicamos muchísimo más tiempo
que el que deberíamos—, pero seguimos estando solos con nuestros pensamientos,
con nuestros divagares, con nuestras sensaciones.
Cuántas veces hemos
escuchado decir: “Necesito estar solo para pensar”. No creo que esta frase
llegue a ser del todo cierta, porque en realidad para lo que necesitamos estar
solos es para tratar de ordenar el torbellino de pensamientos y sensaciones que
nos han invadido. Para clarificar, no para pensar. Siempre se está solo cuando
se piensa, aunque haya una multitud alrededor, porque nadie piensa por
nosotros.
No hay ni habrá persona
alguna que llegue a conocerme exactamente como yo me conozco. Nadie piensa tal
cual como yo pienso. Nadie siente de la manera que yo siento. Estas son
verdades aplicables a todas y cada una de las personas, y conforman una gran
parte de lo que nos hace únicos e irrepetibles.
Hay una mayoría que tiene
por costumbre ir tras los que hacen punta, y son estos últimos los que, mal o
bien, deciden y muchas veces anulan las voluntades de sus seguidores, formando
lo que conocemos como masa. Y existen otros, los menos, que intentan hacer su
camino particular y que se esfuerzan por actuar y ser diferentes, conservando
los valores y la decisión propia. Pero, tanto la mayoría, como los creadores de
masas, como la minoría, están conformados por sujetos distintos en esencia y
alma. Únicos y solitarios, por ende, como llegamos, como vivimos y como nos
iremos, aunque en el transitar disfrutemos de las compañías, nos regocijemos
con amoríos y hasta alcancemos estados de plenitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario