lunes, 16 de febrero de 2015

Preciado silencio


Existen, lamentablemente, muchas personas que parecen desconocer que tienen la preciosa oportunidad de callarse y, por ende, jamás guardan silencio cuando con solo escuchar a su sentido común bastaría para hacerlo.
Suelo tener contacto con cantidad de gente durante cada día, debido a lo cual sufro con frecuencia ese defecto de tales personas.
En mi derrotero diario entre ciudades con destino al trabajo no tengo por costumbre levantar personas que estén haciendo dedo. No porque no quiera o no desee llevar a alguien, sino porque para mí esos minutos en compañía de la soledad son extremadamente valiosos. No obstante, cuando la persona es conocida es como que siento que tengo la obligación de llevarla. Y eso fue lo que ocurrió en esta oportunidad. Era un uniformado que vivía cerca de casa y me pareció una desatención de mi parte dejarlo en banda, a pesar de que los uniformados en general no son muy de mi agrado. No me pregunten por qué, pero es como que me producen una especie de rechazo, como que nunca llegaría a ser amigo de uno de ellos.
La cuestión es que paré y el tipo se acomodó en el asiento del acompañante. Yo, sobre todo a las mañanas, suelo hablar muy poco o casi nada, y el tipo parecía sentir la obligación de hacerlo. Después de comentar las trivialidades sobre el tiempo que se utilizan habitualmente para iniciar cualquier conversación y ver que yo solo prestaba atención al manejo y a mi diversidad de pensamientos, empezó a contarme: que lo habían cambiado de puesto de guardia y que ahora estaba en un sanatorio, que charlaba con los médicos, que a la mayoría los conocía aunque no recordaba sus nombres, que hacía unos días había aparecido uno nuevo y que le había preguntado de dónde había venido; a lo que el Doctor le había respondido que era de C. del Uruguay, tras lo cual él le había objetado: “uh, de aquél lado ni el viento que viene es bueno”. Luego me dijo que el médico solo lo miró, como sorprendido ante la afirmación, después dio media vuelta y se fue por donde había llegado. Me contó todo eso con una dibujada sonrisa de sobrador, como dando claramente por entendido que él, por ser de acá, del lugar dónde se reciben los malos vientos de la Histórica, era mejor o mucho más que ese Doctor que no conocía, o que su vecino que lo había encontrado haciendo dedo y lo había acercado a su trabajo como tantas otras veces.
Cuánto más inteligente me habría resultado el hombre con tan solo haber hecho silencio en lugar de haber vertido tal opinión.

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