Ángeles y demonios habitan nuestro ser. En mayor o en menor número unos
u otros según la trascendencia o importancia que le dé cada uno de nosotros. Pero,
lo que no podemos negar es que siempre están allí, en potencia de ser invocados
por las razones que han sido inventados y para las causas que se les han
asignado casi desde la creación misma. Hay personas que por Motus propio logran
sacar a relucir unos acallando a los otros, pero también existen aquellas que
llegan —voluntariamente o no—, a realizar la acción contraria que es a la vez
la más temeraria y la más temida: el sacar a la luz las maldades ocultas en
desmedro de los buenos procederes.
Es casi una costumbre que raya lo natural el que estemos buscando y
muchas veces encontremos a aquellas personas que logran sacar lo mejor de
nosotros y que por ende hacen que dejemos ocultos nuestros bajos instintos, que
dejemos de lado, aletargados aunque nunca inertes, a nuestros demonios
interiores.
Es una lucha casi continua la que se libra entre ángeles y demonios aunque
la mayoría de las veces ni nos enteremos por el hecho de que pueden llegar a suceder
en un plano subconsciente. Seguramente les ha ocurrido a muchos de ustedes que
han tenido alguna vez un proceder o una actitud a la que nunca terminaron de encontrarle
explicación coherente sobre por qué lo hicieron o cuál fue la causa que
motivara tal acción. Tal vez en esa pequeña batalla librada ese día los que
ganaron fueron los otros y no los unos.
Están además aquellas personas a las que las seduce matizar la vida con
cierto grado de maldad como medio de diversión y una manera de hacerla un tanto
menos monótona, pero ese es otro tema y hace un poco a las excepciones que tienen
las verdades universales.
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