martes, 10 de febrero de 2015

A Fuerza de golpes

                                                                     
Ella se fue de su casa cuando tenía solo diecisiete años con la única carga de su rebeldía adolescente a cuestas, convencida de que hacía lo correcto. Se enfrentó a la vida y la vida la recibió con una bofetada de revés y otra de derecha que la hicieron tambalear. Cuando a duras penas pudo hacer pie, recibió un cross en la frente que la sentó de culo. Pudo reponerse, colocarse de rodillas, erguirse lentamente y recuperar la vertical, pues cuando fue a dar el primer paso le llegó un directo al mentón que la dejó knock out. Intentó levantarse con la vista nublada, una y otra vez, y siempre llegaba un golpe que la hacía tambalear y allí no había nadie que la pudiera ayudar. Si al menos estuvieran sus padres, ellos le podrían dar una mano, pero no quería recurrir a ellos, solo por orgullo, por el simple hecho de haber huido de ellos, creyéndose autosuficiente. No había absolutamente nadie que pudiera socorrerla, estaba sola en la pelea que ella había elegido porque creía estar preparada para ello. ¿Tenía que reconocer que se había equivocado? ¿Tenía razón su padre cuando se lo decía? Tal vez sí. Como pudo y a los tumbos trató de salir adelante, esquivando los golpes. Un directo pasó rozando su oreja gracias al movimiento de hacer a un lado la cabeza y posteriormente su mano izquierda bloqueó un gancho que venía hacia su barbilla. A fuerza de recibir golpes se fue haciendo ducha en la tarea de enfrentarlos y no solo eso, con el tiempo fue al encuentro de ellos, ya sabía como tratarlos, como vencerlos, y se sintió fuerte y esa fortaleza elevó su espíritu y le hizo gritar a los cuatro vientos: ¡SÍ, PUEDO!

A todo esto, ella ya tenía veinticinco años y una gran ventaja a su favor: había aprendido a enfrentar los problemas de la vida y así, con esa convicción, volvió un día a la casa de sus padres. Ellos la miraron absortos, no podían creer que esa mujer que estaba frente a ellos fuera la hija que dejaron ir sin oponerse demasiado, hacía un largo tiempo, casi abandonada a su suerte y solo armada con su propia rebeldía. Aquella nena testaruda era solo un recuerdo y su lugar lo había tomado una mujer con todas las letras, que les estaba agradeciendo el hecho de que la hayan dejado ir y poder así despacharse que no era fácil enfrentar la vida pero tampoco imposible.

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