lunes, 16 de febrero de 2015

Humos de justicieras

Existen personas que ilusamente se creen justicieras. Que están en este mundo como remedio a las enfermedades que ellas piensan tienen los demás. En todo caso serían como oscuras vengadoras a la causa perdida que son ellas como personas. Intentan de alguna manera hacerse notar, sobrevalorando sus escasas virtudes con el fin de que nadie se dé cuenta que detrás de esa reluciente pantalla existe alguien débil, inseguro o casi insignificante. Son como los perros, su habilidad está en sacar provecho de atacar en primer término. Y para ello suelen utilizar una verborragia rica y prepotente intentando que no haya lugar a réplicas. No deja de ser hasta cierto punto inteligente el proceder pero, ¿hasta cuándo podrán mantener la máscara en alto sin caer en su propio engaño? Le encuentran justificación a todo lo que hacen aunque sepan que sus actitudes son erróneas, que no tienen una motivación coherente y que muchas veces están cargadas de malicia. Tal vez se distinguen de la mayoría por el hecho de que si estos se mandan macanas, concurren a pedir perdón ante quien crean que corresponda, y a otra cosa mariposa: libres para volver a portarse mal —lo cual tampoco es correcto, pero por lo menos esos otros reconocen sus errores o sus malos accionares—. Estas personas no actúan  así, jamás piden perdón, nunca se equivocan. Se creen líderes. Se piensan autosuficientes. Son dueñas absolutas de la verdad, y si en algún momento dudan de ello, no está a la altura de lo que ellas ansían demostrar el pedir disculpas o reconocer una equivocación. Directamente justifican sus actuares buscando siempre alguna oculta razón para hacerla culpable de haberlos llevado a cometer tal o cual desfalco. ¡Qué fácil debe ser hacer macanas convencido de que ellas nunca traerán aparejadas consecuencias!
A estas personas generalmente les molesta que les hagan a ellas lo que ellas hacen a los demás porque como soberbias que son creen ser las únicas autorizadas. No obstante, se sabe que tales actitudes jamás resbalan, que más bien se impregnan poco a poco en el ser mismo, dejando resabios, y que tarde o temprano las consecuencias retornarán en avalancha hacia ellas. Porque es conocido que se cosecha lo que se siembra, y que tarde o temprano cada uno encuentra su horma, esa que se ajusta exactamente a la medida de cada uno. 

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