De que contabas con todos los ingredientes para
conseguir la tan ansiada plenitud y no los mezclaste adecuadamente. De que
estaba todo dado para que fueras feliz y no lo supiste aprovechar. Y eso te
pasó por creerle a alguien que lo único que hace es venderle ilusiones al
viento en desmedro de aquello que recibías habitualmente y que considerabas
como migajas de un querer. Tal vez en cierta manera tenías razón, eran solo
migajas, pero migajas sinceras de pasión, de amor; y no todo un cúmulo
rebosante de pasiones ficticias y quereres falsos. Abundan y ya casi son plaga
—ayudados por las facilidades que ofrecen los medios de comunicación que
existen hoy día— los comerciantes de ilusiones, los vendedores de humo que
te ofrecen la luna y las estrellas, y a Marte también. Te hablan lindo, te
escriben mejor, son cancheros, te hacen entender que lo saben todo, te crean
dependencia y sobre todo, te hacen creer que al lado de ellos estarás por
siempre segura y serás valorada como corresponde. Tal vez así sea, pero el
problema es que convencen de igual forma a todas aquellas que se presten al
juego y que ellos puedan atender al mismo tiempo. Y no les importa perderte,
eres un número, siempre habrá quién te reemplace, ellos jamás se involucran
como tú lo haces. Entonces cuando te das cuenta del engaño te caes a pedazos,
quedas hecha una piltrafa, eres un despojo humano sumido en la depresión y la
incertidumbre. Y te costará horrores salir, recuperarte, y volver a creer en
alguien, puesto que desconfiarás hasta de tu propia sombra. No obstante, ten
cuidado, no estás libre de volver a caer, ellos son muy hábiles y ya sabemos
que el amor es ciego.
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