martes, 17 de febrero de 2015

En la triste compañía de su ausencia

Él desplaza el sillón y lo acomoda con cuidado, ya que no desea sacarla de sus pensamientos, al lado de donde ella está sentada. Con cierta dificultad se sienta y la observa sutilmente de reojo. Está tan cerca y a la vez tan distante. Percibe el aroma y el calor de su cuerpo y al mismo tiempo se estremece con la frialdad de la ausencia de su mirada. Observa la tenue sonrisa de sus marchitos labios con la maldita certeza de que no sonríe por él. Lo acomete el irónico deseo de decirle: “Podrías volver, venir y quedarte por un momento conmigo, quererme aunque sea un cachito o un montón, como antes; lo que vos prefieras. Soy todo tuyo y estoy dispuesto como siempre a recibir tus caricias, tus mimos, tus abrazos espontáneos, tus besos cálidos”. Hace tanto que no los recibe que… que casi ya no recuerda cómo eran o a qué sabían, aunque bien sabe que los extraña porque aún le quedan resabios del embrujo de los largos años de encanto. No obstante se atraganta con sus palabras, y tan solo logra dejar salir un molesto carraspeo casi transformado en tos. Tal vez se las haya tragado debido al temor a que ella lo mal interpretara y sus palabras le terminaran cayendo mal y su cuerpo acabara por cumplir con la amenaza latente desde hace un tiempo de marcharse para no volver. Puede más la preferencia de tenerla ahí a su lado aunque esté tan lejos, que perder toda esperanza de que vuelva a ser la que era porque ya no está. De pronto él recuerda que ella pretende no reconocerlo, y por un momento lo cree, y sus ojos se dilatan amagando con derramar lágrimas que atosigadas por la opresión que ejerce sobre su pecho semejante pena ya no pueden salir.

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