Soy artífice y
mentor de mis dolorosas caídas. Boicoteador de la arquitectura de mis sueños
mágicos. Aguafiestas de mis gratos aconteceres. Tengo esa rara habilidad de
echarlo todo a perder justo en el preciso instante en que todo empieza a valer
la pena. Y si ocurriera que la esperanza pecara de duradera machacaría una y
otra vez —sin quererlo y sin pensarlo—, como lo hace el agua que cae sobre la
piedra hasta acabar desintegrándola en mil pedazos insignificantes. Es como que
le tuviera siempre preparado un piquete a la felicidad. Tal vez eso me suceda por
ser demasiado racional, por no dejarme llevar por la inercia, por atentar
contra la espontaneidad; o quizás sólo sea una actitud premeditada por mi subconsciente
debido a que no cuenta con la certeza sobre ser justo merecedor a tales
momentos de plenitud. En la batalla que se libra habitualmente en mí suelen
triunfar el sentido común y la humildad sobre el ego; y muchas veces termino
lamentando esa derrota.
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