Todo ser humano debería estar siempre buscando un
fin. Caminando, trotando o corriendo detrás de un objetivo. O intentando
alcanzar un propósito por más evasivo que este le parezca o le resulte. Siempre.
Se puede discutir sobre cuál es esa finalidad, ya que esta puede ser material, espiritual
o tal vez onírica —referente a los sueños—, pero jamás tendríamos que
confrontar o poner en duda que ese propósito no está. No creo que haya una
persona que nazca, transcurra por la vida y fallezca sin haber tenido un
propósito. Todos tenemos una razón de ser. De hecho no concibo la idea de que
exista alguien sobre la faz de la tierra que no tenga un sueño por cumplir o un
objetivo por alcanzar, por más humilde que sea esa persona. Además de ese
propósito que hace que viajemos por la vida —en un proceder malo, bueno o
regular, ese ya es otro tema y depende de cada uno—, todos deberíamos buscar la
trascendencia post mortem de una manera u otra. Intentar dejar nuestra huella
en este mundo, por más pequeña que esta sea, que permita aseverar, el día en
que ya no formemos parte de él, cosas tales como: a esto lo hizo mengano, o aquello
es así como decía fulano de tal, o el finado equis lo hubiera hecho de tal
manera, por ejemplo, entre tantas otras alusiones que se pueden hacer sobre
personas que ya no están físicamente, pero que dejaron bien marcado su paso por
entre nosotros. Ya sé, muchos de ustedes
podrán preguntarse: ¿de qué sirve trascender, dejar huella, si total cuando ya
no estemos no nos vamos a enterar de lo que la gente diga sobre ello? ¿Realmente
saben si no nos vamos a enterar? ¿Qué pasaría si esa trascendencia hace que,
tal vez y solo tal vez, podamos enterarnos desde otro plano lo que piensa o
dice sobre nosotros la demás gente que aún conserva el don de la vida?
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