¿Por qué será que en general el hombre de nuestros
días termina cayendo inevitablemente en la rutina diaria, o sumergido en el pozo
de la monotonía? Cada vez trabaja más y cada vez disfruta menos de la vida. Con
la salvedad de unos pocos, como piensan muchos, de aquellos más poderosos en lo
económico, que gracias a su dinero o a su estatus pueden ponerle ciertos matices
a sus vidas. ¿Es realmente así? ¿De verdad se necesita dinero o poder para
hacer más llevaderas nuestras vidas? O ¿Es un espejismo que nos refleja la
comodidad en la que caemos, que nos lleva a desistir de la idea de buscarle
colores a nuestras aburridas y llanas vidas, por no tener el poder o el dinero
que creemos se necesita?
¿No será que la solución está en tomar la decisión
de cambiar los hábitos y para ello solo tenemos que salir a la calle con la
frente en alto y con la firme voluntad de hacerlo?
Tal vez solo haga falta un proyecto, por más simple
que este sea, que nos movilice, que ayude al diferente transcurrir de nuestros días,
haciendo que ninguno sea igual a otro.
Tal vez aún sea más simple la cuestión, puede que: el
salir a caminar, el andar en bicicleta, el ir al bar a tomar una copa, el salir
un rato con amigos o, tal vez, el solo hecho de disponer de un tiempo para
estar con uno mismo y la libertad de pensamientos, por qué no; se transformen
en acciones que ayuden a lograr ese cambio. Sanas pequeñas decisiones que puedan
hacer más gratos nuestros días, que hagan que nos desenchufemos de las cargas
diarias del trabajo o de ciertos problemas familiares. En resumen, la consigna
es olvidarse aunque sea por un rato de la monotonía habitual poniéndole ciertos
matices o condimentos a la desabrida vida diaria y para eso definitivamente no
se necesita poder ni dinero.
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