Siempre serás mi niña,
mi princesa, mi crédito.
Y seré por siempre tu
cuidador.
Y montaré guardia mientras
duermes.
Y te alertaré de los posibles
peligros.
Y de los imposibles o supuestos
también.
Y lucharé sin descanso
contra lo que sea que osara siquiera pensar en hacerte daño o pretendiera molestarte.
Y los sospechosos,
porque para mí lo son todos, podrán llegar a ti tan solo si pasan por sobre mi
cadáver; salvo que tú concedieras el permiso, en cuyo caso con resquemor agacharé
la cabeza y me retiraré. Aunque no iré muy lejos, con el suficiente recelo
vigilaré desde un oculto rincón, con la presteza a punto y dispuesto a
intervenir ante el menor desliz del susodicho en cuestión.