Díganme si alguna vez no se han sentido
como esa tortuga que cruza la ruta, que cuando va a mitad de camino se da
cuenta del peligro que corre y la invade la imperiosa necesidad de regresar, de
dar marcha atrás. Y lo intenta y cuando comienza a volverse pasa un camión que
le saca chispas al caparazón y la hace desistir del intento. Y entonces entra
en pánico y da un paso para avanzar en el sentido que antes llevaba y en eso pasa
otro enorme vehículo en dirección contraria al anterior que la hace encoger y
girar sobre su panza y cuando vuelve a salir ya no sabe discernir con claridad hacia
dónde era que iba.
Ese indeseable punto medio por el que
pasan la mayoría de las decisiones importantes y que crea la dicotomía entre
seguir adelante y hacer frente a lo que venga, o volver atrás a seguir alternando
con la intrascendencia.
Ese incómodo punto medio que nos hace
saber que ya nos hemos jugado gran parte del orgullo o la mayoría de la
voluntad, pero que nos muestra que todavía no hemos logrado nada, que debemos
involucrarnos aún más para alcanzar lo propuesto o, en definitiva, desestimar
el tiempo y el empeño invertidos para volver a fojas cero y continuar de capa
caída.
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