La ceguedad de la desidia
no tiene límites, no existe voluntad ni razón innovadora alguna que la haga
desistir del ensimismamiento, que la saque del encierro del conservadurismo, o que
logre hacerla cambiar el rumbo preestablecido por la condescendencia. Parece
mentira que, debido a las leyes de la herencia, a veces ni siquiera la muerte con
su actuar ineludible pueda poner barreras que hagan que semejante defecto no
trascienda más allá de ella.
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