No hay hogar que contenga.
No
hay refugio que proteja.
No
hay palabra que acierte.
No
hay caricia que suavice.
No
hay calmante que atenúe.
No
hay soledad que mitigue.
No
hay mentira que disimule.
No
hay cigarrillo que calme.
No
hay bebida que postergue.
No,
definitivamente no,
no
hay nada para el dolor.
Cuando
obnubila la razón.
Cuando
anula el carácter.
Cuando
lacera la piel.
Cuando
estruja el vientre.
Cuando
niega las lágrimas.
Cuando
lo padece el corazón,
y
en su bombear desenfrenado,
echa
sangre y más sangre,
que
se agolpa en tus sienes,
y
amenaza con hacer estallar,
en
mil pedazos tu cabeza.
Y
se te nubla la vista.
Y
percibes la levedad,
la
laxitud de tu cuerpo.
Y
sientes que te mueres.
Y
solo por un instante,
te
abandonas a la suerte,
te
dejas llevar por inercia,
en
el deseo de que suceda,
para
así dejar de sufrir.
Pero,
respiras profundo,
una
vez y cien veces más.
Y
al final te convences,
de
que quizás valga la pena,
ir
por un nuevo intento,
por
más que continúe allí ,
tan evidente, el puto dolor.