lunes, 17 de septiembre de 2018

Maldito Baudelaire


Hoy me he emborrachado con vino del bueno, queridos lectores, con la intención de que obre en mí el milagro que de otra manera no he logrado que se produzca.
Me he empachado, además, de poesía, estimados míos, con el deseo de que eso me transporte a ese estado necesario de volatilidad que impulsa a dar el paso primordial hacia la deseada manzana de la tentación.
De virtud rebosante estoy aunque, ¿quién de ustedes podría garantizarme que hay suficiente en mí como para que al final se me reditúe con aquello por lo que incansablemente he bregado? Cosa que no es otra que lograr que tan espléndida señora me brinde su atención. Tan sólo eso necesito, pues una vez que ella me preste su interés les aseguro, mis queridos, que haré lo imposible para que ya no desee librarse jamás de este fiel servidor, y si eso no ocurriera pues entonces pondré mi alma en manos del diablo.
No sabría precisar si es a causa del vino, de la poesía o no sé qué, pero un espejo refleja mi imagen con una sonrisa diabólica. En mi falda descansa, abrazada a mí, una despampanante señorita vestida totalmente de rojo con un par de cuernos en la frente y una larga cola que parte del principio de sus nalgas para terminar por enroscarse en mi cuello.
(“Embriagaos siempre, de vino, de poesía o de virtud, pero embriagaos siempre” Baudelaire)

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