La
tarde reposa calma en su cercanía al crepúsculo. Un lejano y adormecido
arcoíris todavía ofrece tesoros vírgenes a algún iluso creyente. Oscuros
nubarrones han pasado durante el día dejando lluvias abundantes, prometiendo
volver en un rato con su carga renovada. Los grises se confunden con los negros
al arrimarse lo inevitable de la noche. La tardecita invita al sosiego, a la
modorra, a profundizar en la tarea de hacer nada. Si tuviera la suerte de
compartir el momento con alguien que comprendiera mis silencios e intuyera mis
necesidades tras una simple mirada, sin duda sería una noche ideal la que se
aproxima. Hundo mi cabeza en el respaldo
del sillón e intento dormirme sumergido en mis quehaceres vacuos, aunque sin dejar
de pensar en todo, porque mi mente no sabe de días lluviosos, ni de tardecitas
nostálgicas, o de noches prometedoras: solo tiene conocimiento acerca del
hilvanado de pensamientos raros enraizados y enredos volátiles incoherentes; que
la mayoría de las veces terminan alejándome del puerto de las corrientes
positivas. Es lo que tengo. Es lo que soy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario