domingo, 5 de julio de 2015

Nostalgia


La tarde reposa calma en su cercanía al crepúsculo. Un lejano y adormecido arcoíris todavía ofrece tesoros vírgenes a algún iluso creyente. Oscuros nubarrones han pasado durante el día dejando lluvias abundantes, prometiendo volver en un rato con su carga renovada. Los grises se confunden con los negros al arrimarse lo inevitable de la noche. La tardecita invita al sosiego, a la modorra, a profundizar en la tarea de hacer nada. Si tuviera la suerte de compartir el momento con alguien que comprendiera mis silencios e intuyera mis necesidades tras una simple mirada, sin duda sería una noche ideal la que se aproxima.  Hundo mi cabeza en el respaldo del sillón e intento dormirme sumergido en mis quehaceres vacuos, aunque sin dejar de pensar en todo, porque mi mente no sabe de días lluviosos, ni de tardecitas nostálgicas, o de noches prometedoras: solo tiene conocimiento acerca del hilvanado de pensamientos raros enraizados y enredos volátiles incoherentes; que la mayoría de las veces terminan alejándome del puerto de las corrientes positivas. Es lo que tengo. Es lo que soy.

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