Lo más triste de estos
tiempos que nos toca vivir es que ya casi no tenemos capacidad de sorpresa. Me siento vacío, dijo un personaje
famoso hace un tiempo, cuando tenía (y tiene) todo servido en bandeja de
plata. No sé qué hacer, escucho decir a menudo a los chicos cuando existe
una diversidad de entretenimientos a disposición jamás antes vista. Hasta los perros se aburren los domingos a
la tarde, suelen murmurar los mayores cuando sobran lugares para ir a
dispersar la mente ya sea en compañía o en soledad.
No creo que fuera por
falta de incentivo, carencia de voluntad o ganas de hacer que no encontramos
actividades que nos satisfagan plenamente. Más bien creo que estamos preparados
para ser sorprendidos y por ende nos están faltando esos golpes de adrenalina,
esas fuerzas movilizadoras, o ciertos incentivos extras que despierten nuestros
sentidos y los disparen al máximo de su potencial.
Estamos transitando a un
ritmo estabilizado y, como todo lo lineal, eso hace que le vayamos perdiendo poco
a poco el sentido a la diversión, entonces cualquier cosa que hagamos nos
termina dando lo mismo.
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