Cuando la desesperanza te domina el pensamiento. Cuando ya no encuentras a qué agarrarte y sientes que el abismo te succiona. Cuando las tormentas de la mente amenazan con derribar lo poco que te queda de razón. Cuando ya pareciera que no existieran motivos para seguir andando. Cuando todo eso es parte habitual en la monotonía de tu vida, hasta en la más mínima insignificancia podes encontrar consuelo. Y yo lo encontré en el inocente brillo de los ojos de ese niño que me mira sonriente desde el otro lado de la calle. Es que se parece tanto a mí cuando yo tenía su edad. Si ese niño supiera que dentro de unos años él se verá triste y cansado como se ve el hombre que lo mira desde el otro lado de la calle, tal vez ese imperioso deseo de crecer que lo domina ya no tenga tanta prisa.
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