Pasó hace ya un largo tiempo, un día de esos pocos en los que uno
se levanta con la mente despejada y las ideas claras. Fue ahí que me di cuenta:
que ya no debía ir detrás de nadie, que ya no tenía que insistir, que no era
necesario forzar absolutamente nada, que lo que tenía que pasar pues en algún
momento pasaría. Y si no pasaba, era porque así lo había escrito el amo del
destino en los enrevesados pergaminos del tiempo.
Y fue precisamente a partir de ese día que dejé de buscarte.
Y de ahí en más: ya no miré más con ilusión hacia la lejanía, ni
estiré los brazos en el intento de agarrar lo inalcanzable, ni volví a sentir
ese fervor, esas ansias de caminar hacia la utopía.
Y ahora, ahora que ya no te busco, pues ocurrió que al fin te encontré.
O me encontraste, no lo sé, aunque dado el caso ya no tiene relevancia.
Solo que, al estar tan contaminado por la cruda realidad, al
principio me costó reconocerte, y una vez que lo hice, ya no pude recordar para
qué era que te buscaba.
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