sábado, 4 de noviembre de 2023

Sociedad animal

Me he distraído en la práctica de un juego que de repente se me ha ocurrido. Durante un plazo que no viene al caso citar me he dedicado a observar a la gente, y por un momento he supuesto, ya que de eso se trataba, que cada persona representaba al animal al cual más se asemejaba por su actitud o forma de desenvolverse ante los demás. Los resultados de tal observación en cierta manera me han asombrado. He visto, por ejemplo:  a ratas de alcantarilla devenidas a aristócratas; a hienas carroñeras vestidas de etiqueta y aficionadas al caviar; a descarados buitres que atacaban a presas vivas sin ningún reparo ni contemplación;  a tigres, leopardos y panteras rendidos ante las imposiciones de un encumbrado perezoso sin levantar siquiera una garra en señal de protesta; a un mono tití que en complicidad con un coatí divertía a ballenas, delfines y pingüinos mientras sus pares les robaban sus carteras; a cocodrilos que ya no derramaban lágrimas para disimular su estirpe de asesinos, y simplemente iban al frente devorando todo a su paso; a zánganos y sanguijuelas procurándose alimentos y placeres sin el más mínimo esfuerzo;  a serpientes que se arrastraban diseminando su ponzoña por doquier con el solo propósito de sembrar maldad; a una minoría de imponentes leones que, con sus títulos de nobleza, sus billeteras gordas y sus poderes indemnes a cualquier ataque, miraban a todos desde arriba sin contribuir con nada. Y, finalmente, a modo de complemento al patético cuadro de una sociedad decrépita, he admirado a una infinidad de laboriosos e infatigables insectos —que curiosamente cada vez son menos—, agachando el lomo cada día un poco más, con el fin de lograr el sustento diario que les permita sobrevivir y a su vez solventar gran parte de la buena vida de todos los antes nombrados.

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