Ella maneja el cuentagotas de cariño a su exclusivo antojo. Al reloj de arena de su sensibilidad se le atoró algo en el paso, y no hay manera de que eso se remueva; aunque tal contingencia parece no inmutarla. Ha cerrado definitivamente el grifo de su embrujo, no obstante deja deslizar cada tanto una gota con la finalidad de seguir volviéndolo loco. Escasos son los mendrugos de ternura que como al descuido deja caer al alcance del mendigo aquel que se arrastra a sus pies, cuyo karma fue haberla querido tanto, y su único pecado, haber empeñado su vida en ella.
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