Si un día de estos andas necesitada de un abrazo —pero no un abrazo de esos que puede dar cualquiera, sino de uno de esos que estrujan el cuerpo, que insuflan energías al espíritu, que reconfortan el alma—, quiero que sepas que tengo pendientes de entrega un par de docenas, que tan solo están esperando a que vengas a por ellos —o tal vez aguardando esa mínima señal que les indique que los estás necesitando para ir a tu encuentro—. Abrazos que con el transcurso de la vida he ido archivando por falta de merecimientos, aunque ahora sé con certeza que los he reservado para ti.
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