La vida se empeñó en hacérsela
difícil,
pero ella no se queja, le pone el
pecho.
Siempre obstinada en ir por
derecho,
por más que la fortuna fuera
disímil.
Cuando ella sonríe, sonríe el
mundo.
El problema es que lo hace muy
poco,
los agujeros del alma, el corazón
roto,
ocultan la alegría en lo más
profundo.
Se acostumbró a vivir en soledad.
Ya no espera atenciones de nadie.
Solo depende del calor que
irradie,
su gran amor propio y la
dignidad.
Harto convencida está de su
situación.
Sin embargo, a veces siente
nostalgia,
de viejos tiempos colmados de
magia,
que la llevan a escurrir un
lagrimón.
Si alguien se le acerca lo mira
de reojo,
la han vuelto desconfiada los
reveses.
Es que eso le ha ocurrido tantas
veces,
que se ha guardado bajo cien
cerrojos.
Y como no podía ser de otra
manera,
dejó en manos del guardián del
olvido,
las llaves de apertura de sus
sentidos;
no sea que alguien a interesarse
fuera.
Y si el vil recuerdo insiste en extrañar,
selecciona la mejor música y baila
sola,
y se deja llevar, y gira y hace
cabriolas,
total, nadie dirá que está loca
de atar.
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