Y de repente un buen día se me antojó ir a verla. Le torcí el
rumbo a lo habitual y puse proa a su encuentro. Hacía demasiado tiempo que se
lo había prometido. El viento que soplaba a mi favor fue despejando dudas y
culpas, e instalando ilusiones. Ella no sabía que iba a verla, pero estaba
esperándome, como me había dicho alguna vez que siempre lo haría. Y fue un reencuentro fantástico, fue como… como eludir al
tino con una gambeta y engañar a la mismísima rutina en su propia cara, para
terminar por embriagarme con un cóctel de intensidad y pasión. Me traje los
ojos llenos de su encanto, el corazón rebosante de sensaciones, y el gratísimo
sabor de su miel impregnado en mis labios. Ella había hecho un pago parcial a
modo de reserva de mis pensamientos cuando la conocí, en este acto terminó por
comprarme todo el combo, o yo los empeñé, da lo mismo, de ahora en más será la
dueña absoluta e irrenunciable de mi pensar.
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