…Y de repente, enarcó las cejas, clavó sus ojos en mí, y dijo,
casi susurrando por entre sus labios de
seda:
—Suponte por un momento que el destino te obsequiara la magnífica
posibilidad de estar tan solo diez minutos con quien consideras el amor de tu
vida, con esa persona que has soñado las mil y una noches y se ha adueñado de tus
pensamientos todos los correspondientes días, ¿cómo aprovecharías mejor ese
preciado momento?
La ocasión era encantadora, única, y como tal no ameritaba que yo le
obsequiara un mínimo de duda a la respuesta.
—Te abrazaría tan pero tan fuerte que haría que se detuviera el
tiempo.
Y nos abrazamos, y nos fundimos en uno, y fuimos eternidad.
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