Y
ha llegado la tardecita y otra vez se me ha dado por extrañar. ¿Acaso será para
eso que existe el ocaso con su clásico aroma a melancolía? Para recordar, para
añorar, para volver a sentir aquellas sensaciones que para bien o mal nos
dejaron cicatrices imborrables.
Y
el pasado con su espíritu de perseverancia machaca una y otra vez sobre la
responsabilidad por el error cometido.
Y
la soberbia providencia me vuelve a recordar que me ha obsequiado la preciosa
oportunidad de subsanar, y la he dejado pasar. Es que el instante lo es todo y el
tiempo de proceder efímero.
Y
te vuelvo a ver, patente, como si no hubiera pasado el tiempo, con los ojitos
rojos de tanto llorar, con el interrogante pintado en la frente, con el caminar
abatido por el peso de las ilusiones rotas, aún intentando encontrar ese porqué,
el mismo que yo todavía no he hallado.
Y
es que, al final del día, todos, de alguna u otra manera, intentamos entender
un por qué o profundizamos en la búsqueda de cierta claridad que nos ilumine el
andar por el vasto camino de las dudas.
Hermoso y suave
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