Y te observo ahí, parada frente a mí, desnuda,
estática, inofensiva, y entonces me doy cuenta de que ya no me resultas tan
bella como cuando incentivabas mis sentidos con movimientos sensuales, o me susurrabas al oído frases inconcebibles, o confundida entre penumbras
te quitabas la ropa lentamente, prenda a prenda, sugiriéndome la existencia de
tesoros inmaculados más allá de la escasez de lo visual. Es posible que haya
perdido la esencia animal del macho, esa que ante la vista de la hembra hace
que automáticamente se ponga en guardia. Hoy necesito de protocolos fantasmas,
de astutos preliminares, de osadías implícitas, de refinadas indecencias que
hagan disparar mi adrenalina, y una vez embebido en tal elixir, pues abróchate el cinturón porque el viaje que transitaremos será una experiencia inolvidable.
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