Voy camino hacia la nada misma. Marcho con la vista
al frente mirando lejos, aunque con los rabillos siempre atentos. A veces me distraen
árboles de troncos torcidos y ramas deformes, me recuerdan a cierta gente que
he encontrado más atrás. Otras veces atraen mi vista molinos de cabezas gachas
que ya no encontrarán más su viento y observo la misma resignación de mucha
gente que otrora creía en el impulso de las ilusiones. Y demasiadas veces las
laderas me muestran terrenos rasos, rocosos, nevados o matosos, y arenales
también, improductivos, sin alternancias, que reflejan la intrascendencia de la
mayoría. Lo bueno de los recuerdos es que reeditan los errores, las
decepciones, los dolores, las pasiones, y hasta suelen reprocharnos el tiempo
que perdimos en cada duelo; son el alimento necesario para la distracción en el
camino hacia el centro del arcoíris sin fin.
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