miércoles, 18 de julio de 2018

El destierro de lo divino


Todos llevamos dentro algo de perverso. La perfección, se ha pregonado desde siempre, no admite rasgos de perversidad.
Ahora, así como a la perfección se le asigna potestad divina, a la perversidad se la define como defecto inherente al humano. La actitud perversa propia del hombre es una de las partes importantes —sino la más— de esa degradación de lo perfecto. Según las sagradas escrituras: …el hombre fue creado a imagen y semejanza… O sea, parecido, asemejado; nunca igual. Entonces, por más que a veces nos creamos inmaculados, intachables, honorables y definitivamente honestos o rectos, y andemos por la vida en puntas de pie y arrugando la nariz tratando de que las miserias no nos contagien, de que ciertas actitudes consideradas inmorales no jueguen a la mancha con nosotros, el pensamiento perverso siempre estará porque es parte nuestra. La única razón que explica el que como hombres habitemos este mundo imperfecto es que nacimos como, y somos parte, de una degeneración de lo divino, de una degradación de lo ideal.
¿No hay acaso en la búsqueda de la verdad una mentira que se busca desterrar? Sin mentira no hay verdad. ¿No es esto al fin y al cabo una perversidad?

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