Sí, tan sólo una noche oscura quisiera se me brinde, una
larga noche que fuera tan oscura que no tendría la necesidad de abrir los ojos,
pues de nada serviría. Una noche oscura para caminar sin ver, para saber qué se
siente al depender exclusivamente de los demás sentidos, para conocer el
riesgo, para llenarme de temblores, para embriagarme de adrenalina, para
extraviar tu silueta entre la inmensidad de las sombras. Una noche oscura para
buscarte entre la multitud irreconocible de las cosas con la única guía del
perfume de tu cuerpo, para cansarme de rastrearte aunque sin desesperar debido
a la certeza dada por la atracción que nos imanta. Y al encontrarte, otra noche
oscura y larga quisiera se me brinde para recorrer con la yema de mis dedos
esas curvas conocidas sin temor alguno a que me alcance el influjo del hastío,
para saborear con el mayor de los deleites tus labios tórridos y todos esos
recovecos en los que me pierdo y que me pierden. Una noche oscura para
confirmar que, aunque fuera noche o fuera día, me maree tu mirada o me perfore el
alma el estigma de tu embrujo, siempre te elegiría.
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