Y acá ando, haciendo equilibrio,
balanceándome, deslizándome paso a paso con extremo cuidado y sin disfrute
alguno, sobre la delgada línea que mantiene la estabilidad del momento. No soy
cara y no soy ceca. Me sostengo sobre el canto de una moneda que se bambolea y
no deja de girar sobre sí, que no termina de decidirse hacia qué lado va a caer.
Suelo quedar bien parado después de cada desafío aunque a veces desee que la
suerte me saque el cuerpo sólo para saber qué se siente. Y así, sobreviviendo a
caídas sigo, agarrado a mi buena estrella, la Diosa que me mantiene a flote e impide
que me ahogue, la misma que se ocupa de echarme el ancla para que no pueda
volar en la búsqueda de vivir otras experiencias.
¿Existe la caprichosa Fortuna que nos
sostiene, nos impulsa y nos retiene, o se
trata de excusas sin fundamento con las que tratamos de disfrazar la propia cobardía
que nos produce el no animarnos a correr para levantar vuelo?
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