Todo estado ideal comienza a
derrumbarse con la duda. La solvencia. La certeza. La confianza. La plenitud.
La perfección. La belleza. Todos se precipitan, se tambalean o se reducen a
cenizas cuando se deposita sobre ellos una mínima partícula de duda, porque
esta vacilación aunque sea ínfima tiene un peso inconmensurable y se reproduce
con una potencialidad digna de asombro. Aunque la mayoría salta a la luz por
declive, inercia o por propio peso específico, existen quienes se ocupan de
esparcir dudas, por ende hasta el más acérrimo defensor o pretendiente de la
idealidad está proclive a sufrir sus consecuencias, así sean viles mentiras
cruelmente sembradas con el sólo objeto de hacer daño.
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