Cuando uno tiene necesidad de ellas o las desea —y cuando no también—,
suele verlas por todos lados. Contoneándose como el brillo de la luna en el
agua al compás de la leve brisa. Con sus figuras sinuosas moviéndose exultantes
y soberbias con la elegancia y el porte de los gatos en los tejados. Como
magníficas reinas, sabiéndose dueñas perennes del embrujo, desplazándose con la
seguridad propia de los fantasmas sobre la niebla. Ahí van con sus sonrisas
encantadoras como si fueran damiselas del demonio que portaran la tentación; y…
¡y vaya si la portan! Aunque lo hacen sin proponérselo, créanme.
¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¡Maravillas de la creación! ¿Con qué pócima
embriagadora nos han rociado…? ¿Cuál es el extraño influjo que utilizan para
generar tan extrema atracción…? ¿En qué misterioso entramado nos han hecho
caer…? ¿Qué sutil encanto las hace tan
irresistibles ante nuestra debilidad…?
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