Soy un adicto a ellas
Son
irresistibles. Me es imposible no sucumbir ante su tentación. Me susurran al
oído pidiéndome desesperadas que me ocupe de ellas. Suelen venir en tropel sin
consideración ni permiso, y logran que haga con ellas cuanto se proponen.
Algunas son sutiles y sólo sugieren. Otras son altaneras, muy osadas, y van al
frente sin pudor; soy víctima de su injuria. Las hay tímidas, recatadas, y
también mosquitas muertas. Me pasa a menudo que no puedo con todas las que se
me echan encima, entonces opto por aquellas que mejor satisfacen mis particulares
caprichos, desestimando, muy a mi pesar, a las demás; ya quisiera yo conformar
a todas. A veces aparece alguna de esas excéntricas que aún no ha pasado por
mis manos y como tal me seduce y tiene preponderancia por sobre el resto. En
general atiendo a unas pocas, pero cuando se presta la ocasión armamos auténticas
orgías con resultados asombrosos que nos dejan a todos satisfechos. Adoro sus
redondeces, sus sinuosidades, sus siluetas ante el contraste. Son una adicción
incontrolable que me llevará sonriente hasta el fin pues tengo la convicción de
que en vida no me libraré de ellas. Tampoco lo deseo. Amo las palabras.
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