Llueve desconsoladamente, atrayendo abundantes
penas y escasas glorias. Llueve como llueven las páginas rotas de aquel libro
que nadie leyó, acompañadas por la desazón de su autor quien, con su alma
estrujada entre las manos, las mira caer desde el borde del precipicio. Llueve
como llueven las lágrimas impotentes de aquella niña que nunca entenderá el por
qué. Llueve con descaro y soberbia. Llueve porque sí, porque tiene ganas y nada
más.
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