Es la hora del crepúsculo matinal aunque
al sol parece no haberle sonado el despertador y arrancará tarde su jornada. Llueve
pausadamente. El agua se desliza en suaves cascadas por los cristales laterales
del ómnibus; empañándolos y haciendo que se difuminen las imágenes exteriores dibujando
figuras grotescas. Las luces de la autopista transitan raudas a nuestro lado en
la ilusión de que flotamos en un mismo lugar. Otras más lejanas permanecen estáticas
ante nuestro desplazar desintegrando en mil pedazos tal ilusión, y traen a mi
recuerdo teorías de Galileo y Einstein acerca de la relatividad. Si no fuera
por un par de cotorras humanas situadas a mi espalda que relatan a viva voz tristes
aconteceres de sus aburridas vidas, me habría dormitado bajo el embriagante influjo
de tu excelso perfume en perfecta combinación con lo eximio de tu cuerpo,
extraña morocha de ojos claros.
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