Y sí, te olvidas del mundo, de lo que
pueda estar sucediendo al otro lado de la puerta, de lo corrosivo de las penas,
de la magnitud de las obligaciones, y hasta te olvidarías de la parca si
anduviera rondando. La mente descansa. Vives instantes únicos en los que curiosamente
no piensas en nada. Te ofreces y te dejas llevar sin poner reparos ni
condiciones; egos fuera. Experimentas sensaciones fantásticas y disfrutas de
los placeres de Eros sin dar opción a culpas. El tiempo deja a un lado su
embrujo y no genera efecto alguno en nada que nos concierna como si dejara de
ejercer supremacía, pasmado ante semejante coincidencia, impávido ante el
encastre perfecto de tu cóncavo y mi convexo. Nosotros, nosotros tan sólo aprovechamos
al máximo el descuido del tiempo hasta que reaccione y reinicie su insulso fluir
para volver a involucrarnos con la habitualidad.
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