martes, 23 de octubre de 2018

Desamparo


El hombre sentado junto a la entreabierta ventana observa con ojos entornados ya opacos, dotado con una calma inadecuada, pues tiene algo de exasperante y mucho de incomprensible dada su precaria situación, como la gente pasa y pasa por la vereda frente a él sin siquiera notar su presencia. Un cigarrillo y un perro acompañan su dolor. Sí, el mismo cigarrillo que supo ahuyentar a las escasas personas que formaban su entorno es el único brillo que lo acompaña en la oscuridad absoluta propia de la gran desazón. Y el perro, con su mirada ladeada y su rascar incesante, ha sido quien ofició de atenuador de malos humores en la pesadez de los últimos días, y fue el único, además, que supo escuchar durante ese lapso los pormenores de los pesares del hombre murmurados, sin querer o no, en voz alta. Mientras tanto, a pasitos de esa ingrata imagen, los transeúntes continúan yendo y viniendo. Todos distintos o todos iguales. Para el caso da lo mismo, de cualquier manera ninguno de ellos se ofrecerá por propia voluntad a escuchar lo que tenga que decir para descargar sus penas ni le dará ese abrazo consolador, cosas que son tan necesarias para dejarse ir en paz.

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