Las miserias te corroen por dentro como
una úlcera no obstante las contienes por temor a que te las descubran. En
soledad fluyen libres y avasalladoras, y carcomen todo a su paso como una manga
de langostas. Es definitivamente más fácil disimularlas en el tumulto, en la
vorágine de la rutina, en el torbellino del diario ir y venir. Si tratas de hacerlas salir, de espantarlas
para que te liberen de su carga, te arrastraran con ellas como una maldita
adicción. Entonces te das cuenta que las miserias son parte de tu esencia, que
les has dado cabida, que las has desarrollado, que les diste vida, y que no hay
otra manera de convivir con ellas que no sea aceptándolas.
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