Y un día la ilusión muere, o termina de morir porque
siempre estuvo debatiéndose entre agonías y resurgimientos. Y ese día te das
exacta cuenta de los extensos jirones de piel que te faltan, de los inmensos
vacíos que te estrujan el alma, de los sentidos pedazos de corazón que dejaste
en el camino… Y en ese momento, como el apostador tras el desacierto, te
desayunas que empeñaste mucho más que lo razonable en pos de ese sueño. Y
cuesta… y cuesta horrores levantarse cada día y volver a andar sin esa idea
fija, sin esa esperanza, sin esa ilusión que por el solo hecho de existir te
dibujaba una sonrisa de oreja a oreja aunque todo lo demás estuviera pintado de
gris…
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