Piensa en la interminable cantidad de suelas que ha
gastado de tanto caminar la vida, y también piensa que quizás debió andar menos
y vivir un poco más.
Piensa en todo el tiempo que ha perdido buscando lo que
podía haber encontrado ahí nomás en el mismísimo radio de acción de los sentidos.
Piensa en aquello que ha quedado relegado en la pesada mochila
que encorva su espalda, en lo mucho que le quedó para dar y en todo lo que
deseó recibir.
Piensa que por más que los caparazones se tornen duros y
parezcan impenetrables siempre habrá un resquicio por dónde se les escape la
sensibilidad.
Piensa… piensa que ya no tiene a quién obsequiarle esa hermosa flor que descansa entre sus ajadas y temblorosas manos.
Piensa… piensa que ya no tiene a quién obsequiarle esa hermosa flor que descansa entre sus ajadas y temblorosas manos.
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